Tenía el borrador del lápiz entre los labios y respiraba tranquilamente mientras las palabras se depositaban en mis oídos, con la mirada discreta barría a las otras cabezas. No, nadie se percató de mí ni del deseo, del deseo por el otro, del deseo del otro por la otra o de todos contra todos…fingía.
¡Vaya, una vez más ha llovido estupidez! Y no he podido acostumbrarme…quizá no me interesa . Sigo fingiendo pues no hay nada que despierte el asombro, observo, peino a las miserables almas de la mediocridad y hasta siento perdonarles.
¡Vaya, una vez más ha llovido estupidez! Y no he podido acostumbrarme…quizá no me interesa . Sigo fingiendo pues no hay nada que despierte el asombro, observo, peino a las miserables almas de la mediocridad y hasta siento perdonarles.
Regreso al cuerpo, al mío, al tuyo; me doy cuenta que transpiro y excito el pensamiento colando la mirada entre tu ropa, te empujo contra las paredes con vehemencia y así, cansada, sin llanto alguno la melancolía golpea la puerta recordando que la mentira es mía, hija de la soledad, que en realidad, no quiero negar sino vivir en ella.