*/*/ Después de reconocerme cobarde salí e inicié la caminata de cada día, cuando sin pensarlo, me encontraba ya entre la multitud que marchaba enajenada bajo el cielo lluvioso; no podía ubicar exactamente qué era lo que ocupaba mi pensamiento y tampoco me interesaba destapar una teoría sobre el lodo bajo mis pies, sin embargo mis ojos se abrieron entre las personas, el ruido y la humedad de la ciudad mugrosa.
Mientras avanzaba y, entre que cuidaba el paraguas y mantenía la bufanda junto a mi rostro, el agua se escurría astuta por las paredes, ventanas y la piel, reclamando su sitio por la tierra que en un momento fue mutilada por un mal estudio del suelo y que ahora es cimiento de edificios desgastados y conocidos.

El viento soplaba despacio mezclándose con la transpiración de los cuerpos en movimiento pero espiritualmente ausentes; yo, entre el cochinero y el ruido, brindaba un espacio para esta humilde fascinación que ahora ofrezco.